
Ella amaba como amaban los bohemios,
los poetas, los artistas,
sentados sobre la hierba bajo un cachito de luna
y miles de estrellas.
De la simpleza nacía la magia,
de la modestia la fantasía…
Ella amaba con el alma y algo más,
amaba a gritos en silencio,
con la inocencia que le dejaron sus cicatrices,
en la ironía de no morir, muriendo…
Ella amaba, simplemente amaba,
porque tenía un corazón bien ceñido a sus entrañas,
que le recordaba con cada latido el sentido de su existencia…
Ella amaba en la penumbra y con los primeros rayos del sol,
amaba en silencio con sus alas rotas,
atrincheradas, ensangrentadas, pero bien disfrazadas, tanto,
que engañaban cada día a los mortales que como ella divagaban por el mundo.
Ella amaba a viva voz,
aunque su alma gritaba en cada suspiro que el ayer se había ido…
Abrió una gaveta,
tomó tres panes, dos higos y preparó su maleta,
un libro, un lápiz, dinero y galletas,
y emprendió así su viaje movida por la ira, la impotencia,
el desamor y la poca conciencia…
Ella amaba,
incluso cuando la “razón” la traicionaba,
recordándole que se encontraba sola,
ella amaba incluso cuando la despiadada realidad la trituraba
con sutiles palabras que desgarraban su alma,
ella amaba, aferrada a su esperanza, a su ilusión,
ella amaba honorando al corazón…
Y así amando, un día despertó,
se acercó a la ventana
y en el más hermoso suspiro estiró sus alas,
desplegando sus sueños, dejándolos libres.
Había sanado al fin,
el ayer solo era un vago recuerdo,
ni bueno, ni malo, un momento en el tiempo,
y así, llena de amor,
al fin alzó el vuelo.